Cuando vivía en Palo Alto tenía a veces que cruzar el campus para coger el autobús de vuelta a casa. Y a mitad del camino, pasaba por las casas de los estudiantes y los postdocs que vivían con sus familias. Recuerdo que en la parte central había un jardín precioso, donde se solían reunir los niños para jugar. Lo recuerdo muy bien porque me encantaba oír lo que decían. Es siempre divertido escuchar a los niños jugando, ¡pero cuando los oyes hablar en un idioma que estás aprendiendo es aún mejor porque de repente lo entiendes todo!
En ese jardín había una palabra que se repetía día tras día: “LOSER”. Perdedor, fracasado, se llamaban los niños entre ellos. Una y otra vez. Era lo peor del mundo que te llamaran eso de chico. Y utilizaban la palabra con la mayor mala leche posible que el hijo de un investigador puede llegar a tener.
¿Y qué es ser un fracasado? Según la Real Academia, ser un fracasado es ser una persona desacreditada a causa de los fracasos padecidos en sus intentos o aspiraciones. O sea, que se puede entender que haber fracasado es condición suficiente para que te desacrediten… ¿Por qué? ¿Tiene sentido que te desacrediten por haber fracasado y tu te sientas mal por ello? Yo creo que no.
En nuestra vida profesional solemos hacer las cosas con una cierta finalidad. Nos marcamos objetivos según nuestras aspiraciones, y nos lanzamos a progresar todo lo posible. ¿Cuál es el objetivo del investigador profesional? Pues creo que mis colegas investigadores estarán bastante de acuerdo conmigo si respondo que el objetivo que te inculcan desde la más tierna infancia investigadora es que lo guay, lo esperable y deseable, es convertirse en jefe de grupo. Te puedes quedar en el camino de mil formas y maneras, pero lo suyo es llegar a ser investigador independiente y jefe de grupo.
Es curioso, pero durante la carrera investigadora nadie te anima a buscar otros objetivos aparentemente más loables, como llegar a ser muy feliz con tu trabajo, o guiar y ayudar a la nueva generación de investigadores. No, lo suyo, es ser jefe de grupo.
Y claro, teniendo en cuenta que solo uno de cada veinte o treinta puede ser el jefe, si no cambiamos nuestros objetivos vamos directamente encaminados a la eterna frustración. ¿No va siendo hora de reajustar nuestras aspiraciones en el mundo real?
Recientemente, la plataforma Ciencia con Futuro publicaba un artículo titulado “Historia del fracaso: científicos expulsados del sistema”. El artículo, firmado por mi compañero Álvaro Peralta y secundado por otros colegas, consigue dar voz al sentir de tantos y tantos científicos que ven con frustración infinita cómo la suma de vocación, esfuerzo y sacrificio no se traduce en éxito profesional alguno.
¿Pero es ese el sentir mayoritario? ¿Son excepciones o más bien lo contrario? Pues bien, para responder a esta pregunta lancé por redes sociales la siguiente encuesta:
¿TÚ SIENTES QUE HAS FRACASADO PROFESIONALMENTE COMO INVESTIGADOR/A?
De las 100 respuestas que obtuve, el 42 % sí sentía haber fracasado, el 36 % no, y el 22 % restante no estaba seguro. Evidentemente los números son demasiado pequeños para generalizar, pero hay algo que parece cierto: somos una fábrica de investigadores que se sienten fracasados.
Y eso hay que cambiarlo. Pero ya.
Uno solo puede fracasar cuando ha tenido metas y aspiraciones… ¿Cuál es el mensaje que les estamos lanzando a los más jóvenes? ¿No hay que tener sueños, aspiraciones, horizontes? ¿Es mejor no querer emprender, por si acaso fracasas?
La mejor manera de no fracasar es no hacer nada. Ya.
Pero las personas no fracasan, fracasan lo proyectos.
Y que fracase un proyecto, o mil proyectos, no es malo; por mucho que te lo hagan sentir así.
Nunca he llegado a entender qué era exactamente eso de sentirse un fracasado, un loser. Pero paseando por el campus de Stanford, oyendo a aquellos niños jugar, empecé a no darle mucha importancia.
Si quieres, siéntete fracasado. ¿Pero sabes qué? Sentirte así no sirve para nada.
Mejor, mira hacia adelante y empieza a caminar tu camino. El tuyo.